D I A G N Ó S T I C O Y J U S T I F I C A C I Ó N |
N E C E S I D A D E S S O C I A L E S |
La Historia frente a las sociedades adquiere relevancia debido a la necesidad de reflexionar los acontecimientos pasados con el propósito de comprender la realidad presente y poder transformarla en aras de un mejor porvenir. Ello resulta especialmente actual en el contexto moderno en el que se encuentra el mundo pero principalmente México y Chiapas.
Las sociedades contemporáneas enfrentan serias problemáticas derivadas de la marginación, la pobreza, la corrupción, la inequidad, la discriminación, el deterioro ambiental, cuyas raíces profundas se encuentran en procesos históricos de larga duración. En México, los retos más importantes están asociados con la pobreza de más del 50% de la población, la tenencia de la tierra, los altos índices de analfabetismo, la desnutrición, la salud, la depredación de los recursos naturales, el crimen organizado y una incipiente democracia, que se refleja en la escasa institucionalidad de los partidos políticos.
En Chiapas, estos problemas son especialmente acuciantes y hallan sus orígenes desde los tiempos de la conquista y colonización. Chiapas fue un territorio poblado en su mayor parte por distintos pueblos indígenas con una escasa presencia de españoles y criollos. El decrecimiento de la población indígena permitió el avance español sobre las tierras que habían pertenecido a los pueblos autóctonos. Posteriormente, se dio en el siglo XVIII un aumento poblacional entre los indígenas que propició litigios por la posesión de la tierra a partir de entonces.
El aislamiento de la provincia se explica además por el escaso interés que generó al no haber fuentes de riqueza –como las minas- que incentivaran la ambición hispana. En consecuencia, los españoles que llegaron a la provincia debieron dedicarse a actividades agrícolas y ganaderas, que no prometían siempre una buena colocación en los mercados de las provincias circunvecinas. Asimismo, el grado de preparación de los españoles avecindados fue en la mayoría de los casos muy bajo, al grado de encontrar en ellos altos grados de analfabetismo. Si ello ocurría hacia el interior del grupo español, la situación era todavía más manifiesta en el resto de la población provincial. Todo ello encuentra su reflejo en la situación que prevalece en la actualidad en el Estado (Barbosa,1977; Baudot, 1990; Brading, 1980; Chance, 1998; Gerhard, 1994; Morales Moreno, 2005; Romero Galván, 2003; Stein, 1983; Trens, 1999).
Las acciones de los diferentes actores sociales y políticos comúnmente se centran en los problemas económicos actuales perdiendo de vista que esos problemas tienen antecedentes históricos que en la mayoría de los casos no se comprenden limitando por lo tanto la efectividad de las políticas sociales. Por ello en el sureste del país, pero sensiblemente en Chiapas, es necesario formar especialistas que, comprendiendo y explicando el pasado, logren no solo coadyuvar a la solución de los problemas del México y la región sino también a proponer diversas estrategias con miras al alcanzar los niveles de desarrollo socio-económico y cultural que requiere hoy la realidad mundial.
D I A G N Ó S T I C O |
Una revisión de la oferta de posgrados a nivel nacional revela una nula existencia de instituciones educativas públicas o privadas que oferten un programa de Maestría en Historia con orientación a la investigación en el estado de Chiapas y en toda la región sur de México.
La región sur sureste de México abarca los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán. En esta amplia región, diversas universidades ofrecen licenciaturas en Historia, como es el caso de la Universidad Autónoma de Guerrero, la Universidad Autónoma de Campeche, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y la Universidad Autónoma de Yucatán. La Universidad de Quintana Roo ofrece una Licenciatura en Humanidades, con un área de acentuación en Historia. Por su parte, la Universidad Autónoma de Chiapas y la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas brindan respectivamente una Licenciatura en Historia. Sin embargo, en ninguna de las instituciones señaladas se ofrece un programa de Maestría en Historia.
En contraste, sólo el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social ( CIESAS- Peninsular), con sede en Mérida, cuenta con una Maestría en Historia, la cual está inscrita en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad (PNPC) de Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT). Este programa sin embargo no contempla todas las áreas históricas que interesan a los egresados de las licenciaturas, en particular la Historia Precolombina. La Universidad Autónoma de Guerrero ofrece también un programa de Maestría en Historia Regional, pero éste no se halla inscrito en el PNPC.
Como se puede percibir, de los dos únicos programas de maestría en Historia en la región ninguno se encuentra en Chiapas y estados circunvecinos, razón por la cual los egresados de las licenciaturas en Historia del estado, se ven obligados a trasladarse a otras entidades o al extranjero para continuar sus estudios. Los que no cuentan con los recursos económicos para ello, simplemente ven truncadas sus aspiraciones y su potencial académico.
Cabe señalar que desde 1994, cuando surgió el programa de la Licenciatura en Historia de la UNACH, ha egresado un total de 11 generaciones que suman 220 alumnos con los estudios concluidos; por su parte la UNICACH ofrece la Licenciatura en Historia desde el año 2000, con 7 generaciones a la fecha, que hacen un total de 210 egresados. En consecuencia, las dos instituciones reúnen un total de 430 jóvenes historiadores que ven truncados sus deseos de formación académica a nivel posgrado.
Ello es sumamente grave si consideramos las estadísticas de CONACYT acerca del posgrado en Chiapas. De acuerdo con el organismo federal, en Chiapas solo el 2.3% del total de la población escolar se encuentra cursando una maestría. Las maestrías de las universidades públicas de Chiapas solo captan el 1.2% de la población escolar. Y de los anteriores solo el 3.9% cursa una maestría del Área de las Humanidades, en la que la Historia se suscribe. Ello se debe a la carencia de opciones de posgrado en estas áreas incluyendo la historia.
Por ello la Maestría en Historia UNACH-UNICACH cubre la demanda de los alumnos titulados en las dos universidades de Chiapas que están interesados en continuar su formación profesional a nivel posgrado y que hasta ahora no podían hacerlo en el campo específico de la disciplina histórica.
Asimismo, el programa enriquece la formación de los historiadores encargados de resguardar y transmitir la riqueza cultural de la zona, aspecto que constituye uno de los propósitos de la maestría, dado su énfasis en la preservación y difusión del patrimonio cultural.
En resumen, se establece la factibilidad de elegir a la Maestría en Historia como opción de desarrollo educativo. Por las condiciones expuestas, la maestría se ubica en un nivel aceptable por su pertinencia, tanto como disciplina de conocimiento como de ocupación laboral.
E S T A D O D E L A R T E D E L C A M P O D I S C I P L I N A R I O |
En los años sesenta, al igual que la antropología y la sociología, la ciencia histórica experimentó importantes transformaciones derivadas de una serie de crisis políticas y sociales que se vivían en todo el mundo. Los sesenta fueron los años del desencanto de la llamada civilización tecnocientífica, que había privilegiado los avances tecnológicos, pero sin que éstos propiciaran mejores condiciones de vida entre la población, incluso de los países más industrializados. Por otro lado, fueron también los años de los movimientos estudiantiles, de amas de casa y de trabajadores, como el que ocurrió en México en 1968, y también en lugares como París, Praga, Berlín, Berkeley (Iggers, 1998).
Este conjunto de fenómenos sociales afectaron los fundamentos en los que se basaba la ciencia histórica. A partir de entonces, ni los modelos sociocientíficos, en los que descansaba la ciencia económica y social, ni el materialismo histórico (que también se basaba en la idea evolutiva de la sociedad, determinada por leyes inequívocas) fueron capaces de seguir convenciendo (Iggers, 1998).
El principal cuestionamiento que se hizo fue que ambos modelos partían de concepciones macrosociales y macrohistóricas, en donde los conceptos de Estado, Mercado y Clase Social, eran amplios y abarcativos, pero dejaban de lado muchas realidades que escapaban a los grandes procesos. Estos modelos de explicación dejaban también de lado a grupos minoritarios, grupos con una identidad e historia propias. Es decir, la historiografía sociocientífica, que se interesaba en los macroprocesos, no tenía interés específicamente en los aspectos existenciales de la vida y en las realidades más inmediatas a los seres humanos (Dosse, 1988).
Entonces los historiadores comenzaron a desplazar su atención de las realidades macrosociales hacia los aspectos más sensibles de la vida, a las realidades más inmediatas de los seres humanos, así como a los aspectos subjetivos de la existencia humana, es decir, hacia el estudio de las emociones de las personas, sus valores, sus temores, su visión del mundo y su percepción de la realidad objetiva (Sartre, 1968).
Esta nueva generación de historiadores comenzó también a interesarse en las culturas, en los modos de vida y en los grupos minoritarios. Todo esto sin descuidar absolutamente el análisis de las estructuras y los procesos económicos, políticos y sociales más amplios. La nueva historiografía amplió la racionalidad científica, pero sin renunciar a ella. También, el mundo de los hombres comenzó a considerarse como más complejo, pues el historiador debía estudiar, además de las realidades sociales, económicas, políticas y sociales más amplias, las realidades más cercanas a las personas, sus emociones, percepciones y valores, lo que exigió una serie de prácticas científicas que dieran cuenta de esa complejidad (Sartre, 1968).
La ampliación de la historia social, desde una historia de las estructuras y procesos sociales hacia una historia de la vida cotidiana y de la cultura, comenzó a reflejarse en la historiografía de países como Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, así como en América. Todos estos nuevos planteamientos, y los límites que se le reconoció a la ortodoxia marxista, dieron lugar a la formación de dos corrientes historiográficas dentro del marxismo: el marxismo estructuralista y el culturalista (Iggers, 1998).
La corriente estructuralista está estrechamente ligada a la doctrina marxista de la infraestructura y la superestructura, en el sentido de que la estructura económica determina el sistema jurídico de una sociedad, el sistema político y otros aspectos relacionados con la ideología. También comparten la idea de que los estadios socioeconómicos (feudalismo, capitalismo, entre otros) son formaciones que comparten rasgos en común.
En cambio, para los historiadores de la corriente marxista culturalista, entre ellos George Rudé, Eric Hobsbawm y Edward Thompson, la conciencia desempeña un papel fundamental en los procesos sociales, por lo que no basta con analizar las estructuras o factores económicos para entender los fenómenos económicos, políticos o sociales, sino que debe considerarse la relación que existe entre conciencia y modo de producción. Los historiadores culturalistas no niegan que las relaciones de producción determinan la desigualdad social y el conflicto, tampoco niegan el papel objetivo de las relaciones de producción; plantean más bien la necesidad de vincular estas relaciones en el marco de una cultura concreta, que no puede ser comprendida sin las experiencias de hombres y mujeres reales (Dosse, 1988).
Por otra parte, en los años ochenta y noventa surgió una nueva corriente historiográfica: la historia de la vida cotidiana, microhistoria o antropología histórica, que es similar al marxismo culturalista, porque no se planteó solamente la necesidad de analizar las condiciones de vida cotidianas, sino cómo los individuos experimentan esas condiciones de vida. Los historiadores de esta nueva corriente se propusieron establecer también la relación entre las estructuras globales y la praxis de los sujetos, es decir entre las condiciones objetivas de vida y la subjetividad de las personas (Collingwood, 1952).
Esta insistencia en la subjetividad de las personas requirió para estos historiadores una concepción distinta de la historia, una visión que complementara la lógica de los sistemas –económicos, sociales– con una lógica vital, comunicativa y referida a la experiencia. Los historiadores de la vida cotidiana o antropología histórica pretenden humanizar a la historia, incluir en el relato histórico a las personas de carne y hueso, con sus modos particulares de experimentar el mundo, y esto requirió, al mismo tiempo, ampliar el campo de estudio de la historiografía, es decir, incluir, además de los grandes procesos, la historia de un espacio reducido, así como las vivencias y experiencias de personas concretas o de pequeños grupos sociales, pero siempre dentro del marco de los grandes procesos (Iggers, 1998).
En resumen, existe hoy día un regreso a la historia narrativa, que se esfuerza en tomar en cuenta los aspectos subjetivos de la existencia humana. Pero esto no quiere decir que los estudios microhistóricos descuiden la interrelación entre la historia regional o local y los grandes procesos del cambio económico, social y cultural, lo que hacen es aportar una imagen más matizada de estos procesos.
La práctica historiográfica en nuestro país guarda una apreciable sintonía con la que tiene lugar en el contexto internacional, y muestra una fuerte vitalidad a través de diversos centros de investigación –El Colegio de México, El Colegio de Michoacán, el Instituto Mora, el Instituto de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México-, además de los centros de investigación de universidades públicas del país- que promueven y difunden una amplia gama de estudios historiográficos en el nivel nacional y en cada una de las entidades del país. Estos mismos propósitos son los contemplados en el diseño e establecimiento del presente programa de Maestría en Historia entre dos universidades del país: la UNACH y la UNICACH.
J U S T I F I C A C I Ó N |
El programa de Maestría en Historia UNACH-UNICACH se justifica en el ofrecimiento de opciones de preparación a los egresados de las licenciaturas de Historia ante la ausencia no sólo de programas de maestría semejantes en Chiapas y en el sureste sino también en la inexistencia de programas interinstitucionales que aspiren a la calidad a través de un mayor aprovechamiento de sus recursos. El programa, por ejemplo, cubre la demanda de posgrados en Historia que contemplen el total de las temporalidades históricas (Historia Precolombina, Historia Moderna e Historia Contemporánea).
Por la riqueza de sus recursos conjuntos, la Maestría en Historia UNACH-UNICACH tiene como meta alcanzar niveles de reconocimiento académico altos, incluso de internacionalización mediante su continua superación. Tales alcances son de suma importancia en el contexto de la globalización y la competencia académica frente a la cual los egresados de Chiapas deben estar preparados. Es, por lo tanto, una opción para un gran número de licenciados en Historia y de otras disciplinas afines que están interesados en continuar sus estudios históricos y que no encuentran opciones en el sur de México.
Gracias a lo anterior, el programa de Maestría en Historia UNACH-UNICACH apunta a ser el instrumento que permita no solo el incremento de los recursos humanos con los que cuenta el estado de Chiapas en el ámbito histórico, sino el incremento de la propia investigación científica en el estado, la cual, en el caso de la Historia, ha sido poco abundante. Dichas investigaciones beneficiarán a una población diversa, desde estudiantes de todos los niveles hasta instituciones públicas tales como museos, consejos de cultura y archivos, éstos últimos cada vez más necesitados de historiadores profesionales debido a la introducción de la Ley de Transparencia.
No hay que olvidar a las empresas privadas como un sector beneficiado de las investigaciones y de los egresados producto de la Maestría en Historia. Entre estas empresas se encuentra los negocios relacionados con la difusión del patrimonio cultural histórico tales como agencias turísticas y también las editoriales escolares. Las diversas ONG’s que operan en el estado de Chiapas también se benefician al poder contar con especialistas y conocimientos frescos y constantes en el desarrollo de sus actividades humanitarias.
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En la amplia área geográfica que conforma el sureste de México hay una carencia total de opciones de posgrado en el ámbito de la Historia. Los programas existentes más cercanos son los ofertados por el CIESAS Peninsular, con sede en la ciudad de Mérida, Yucatán, y el ofrecido por la Universidad Autónoma de Guerrero. La maestría de CIESAS Peninsular está inscrita en el PNPC de CONACyT. Sin embargo, este programa, sin demerito de su gran valor, no contempla todas las áreas históricas que son de interés en los egresados de las licenciaturas en Historia, como es el caso de la Historia Antigua de México. La Maestría en Historia Regional de la Universidad Autónoma de Guerrero no se halla actualmente reconocida por el PNPC de CONACyT. En cualquiera de los dos casos, ambos programas son ofertados en sitios bastante alejados del estado de Chiapas.